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Los periodistas como enemigos y la amenaza de un juego perverso Imprimir
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Sábado, 23 de Diciembre de 2017 13:06
Por Martín González
 
La cobarde agresión a Julio Bazán no fue la única, ni la primera y, lamentablemente, pareciera que no va a ser la última.
 
La frase forma parte de la vida de los cronistas de todos los medios desde hace un tiempo. “¿Por qué no dicen…?” . Usted puede completar los puntos suspensivos con lo que se le antoje. “¿Por qué no dicen que el Gobierno no hace nada con tal cosa? ¿Por qué no dicen que la policía está metida en tal otra?”. El tono es siempre el mismo, imperativo y violento, y jamás está acompañado de un “Buenos días”.
 
Pero lo peor es lo que sigue después, el gesto de costado, despectivo, en el que no esperan respuesta a esa demanda que no plantea ninguna inquietud, y que en realidad busca demostrar que todos los periodistas somos corruptos, que estamos vendidos, cooptados. Porque no hay que engañarse, todas esas preguntas solamente buscan afirmar que ellos saben, que no son ningunos tontos, que no hay periodista que no les vaya a vender la realidad cambiada.
 
A veces hay alguno que grita desde un auto. El fin de semana animará un asado con sus amigos contando cómo le cantó las cuarenta a algún cronista, aunque no hayamos terminado de entender lo que estaba gritando. Puede parecer algo menor, hasta que deja de serlo. Porque un “iluminado” que te insulta desde un colectivo es una molécula aislada de un cuerpo profundamente agresivo, que cuando se unifica tiene el poder de lastimar. ¿Tienen dudas de lo que digo? Miren el video de la agresión cobarde a Julio Bazán.
 
Una mujer empieza a insultarlo, se le suma otra, y después otro más, y para el momento en que baja la escalera hacia el subte ya son veinte, enardecidos, desbocados, listos para hacer cualquier cosa. Cada uno de ellos es el portador de el virus del “¿por qué no dicen…?”, del insulto a la carrera. No tengo dudas del lugar en el que se infectaron.
 
La política tiene poco de casual. Hay que ser muy ingenuo para no entender que la elección de los periodistas como enemigos tiene un doble sentido. Por un lado, tratar de limitar la tarea de la prensa como factor crítico. Por el otro, impermeabilizar a los partidarios. Que no escuchen, que no se les ocurra cuestionar, criticar, pensar. Si cierro filas contra un enemigo, la única verdad posible es la nuestra. Toda apertura a otra lógica es asimilable a la traición. Es un juego perverso que solamente puede ser alimentado por la sensación de “el otro” como amenaza. La vida en guerra.
 
La imagen de Julio Bazán es la más impactante de un día en el que colegas de todos los medios, con todas las líneas editoriales posibles, fueron acusados de no decir la verdad.
 
Dentro de las cosas que tendríamos que contar los cronistas, está la conversación repetida con cantidad de políticos que te palmean el hombro y te dicen “miren que no es con ustedes, muchachos” y después te acusan de cualquier cosa con la cámara encendida. El problema es que esa situación, tan funcional a sus intereses, tan estudiada, genera un ejército de imbéciles engordados por la noción de la pelea, de la gesta. Y cuando se juntan muchos, como esta semana, cualquier cosa puede pasar. Y pasó.
 
En algún punto debe ser cierto, no es exclusivamente contra los cronistas. Pero a nosotros no nos queda otra que hacer nuestro trabajo en la calle, y estamos expuestos a eso. ¿Molesta? Sí, molesta. ¿Asusta? Claro, a veces asusta, y también asusta a nuestras familias. ¿Vamos a dejar de hacerlo? De ninguna manera. El periodismo es imposible sin los cronistas en el lugar de los hechos, y las sociedades democráticas son impensables sin prensa.
 
No es una cuestión de coraje. La imagen de Julio Bazán es la más impactante de un día en el que colegas de todos los medios, con todas las líneas editoriales posibles, fueron acusados de no decir la verdad, de responder a intereses oscuros, de estar vendidos a algún factor extraño. Y a todos los agredieron físicamente. Salvajemente. Basta con buscar los archivos de todos los noticieros, y ver que en todos dedicaron un tiempo dedicado a la agresión a la prensa.
 
El problema es que no va a parar. La maquinaria fue puesta en marcha adrede, y alguno debe entender que sigue dando resultado. De otra manera no se explica que Leopoldo Moreau, un hombre grande, pueda agregar un “pero” a la agresión asesina y cobarde de la que fue víctima Bazán, de la que fue víctima toda la prensa.
 
Hubo un tiempo en que la política era puro cinismo, y al menos “pour la galerie”, salía a condenar sin medias tintas este tipo de ataques (aunque por dentro los disfrutaran: no hay peor enemigo para un político que un periodista). Moreau demuestra que esos tiempos pasaron. El cinismo le dio paso al utilitarismo. Cualquier excusa es buena para ordenar a la tropa, para obligarlos a quedarse adentro, esperando el próximo mensaje que les diga cómo tienen que pensar, y que crean que lo descubrieron por sí mismos.
 
Mientras Julio Bazán seguía internado, Moreau mandó el mensaje a los suyos. A alguno le debe haber llegado. Y mañana insultará desde un colectivo.
 
   Los periodistas como enemigos y la amenaza de un juego perverso