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Jueves, 06 de Junio de 2019 13:07
Gallardo cumple un lustro como DT de River, el ciclo más exitoso de la historia del club. Pero mucho más relevante que los títulos es el legado que dejará...
 
¿Qué se puede hacer en una sala de espera antes de viajar? ¿Puede surgir de ese tiempo muerto algo recordable? En general no pasa. Un jueguito en el celular; revisar redes sociales o portales de noticias; barrer dos o tres veces el free shop; mirar una serie; escuchar música; leer una novela; dormir o charlar con el de al lado. En algo de eso andaba Enzo Francescoli en junio de 2012 en el aeropuerto de Carrasco cuando de repente se topó con Marcelo Gallardo. Se pusieron al día y, claro, empezaron a hablar de fútbol. Esa conversación impresionó al uruguayo: su amigo se mostraba muy preparado como para ser un flamante entrenador, con ideas no menos claras que ambiciosas y con la convicción de haber dado todo lo que tenía como deté de Nacional. La vida siguió. Pero un día Enzo recordó esa charla (además de otra meses después en un restaurante de chivitos en La Lucila, como reveló en el libro Gallardo Monumental) y pronunció su nombre. Ramón Díaz acababa de irse de River súbitamente para sorpresa de todos, incluido su hijo Emiliano que, como Francescoli y D’Onofrio, se agarraba la cabeza cuando el riojano interrumpía una reunión de mesa chica prevista para planificar el amistoso contra Boca en el Azteca y la pretemporada y anunciaba que no seguiría.
 
En esa salita de aeropuerto nadie sabía que empezaba a gestarse una revolución. Enzo pasaría a ser Secretario Técnico y Gallardo, que ya iba por su segundo año sabático, estaba disponible cuando el Príncipe debía tomar su primera decisión fuerte en su nuevo rol. No fue el único entrenador en el que pensó EF, claro. Berizzo era otro pero había asumido en el Celta de Vigo una semana atrás. Con Gareca sucedía lo mismo: lo había abrochado el Palmeiras días antes. Así, después de un primer tiro por Martino que fue amablemente rechazado, la cabeza de Francescoli sólo apuntó a Gallardo. Por horas, literalmente, el Muñeco no estuvo en la misma que Berizzo y Gareca: volvía de reunirse en San Pedro con dirigentes de Newell’s (ver pág. 10) y cuando empezaban a correr las 48 horas que les había pedido para aceptar la propuesta para suceder a Alfredo Berti, a la altura de Cardales, recibió el llamado de Enzo. MG le pidió prisa porque tenía que responderle a Ñuls y el uruguayo voló hacia el acuerdo final, que se daría casi de inmediato en la casa de Matías Patanian.
 
El 6 de junio el tipo estaba ahí, sentado en la sala de conferencias del Monumental, con un look beatle que todavía era el limbo estético entre el jugador y el técnico. En el auditorio lo recibían con aplausos, como ocurrió hace una semana después de ganar su décimo título como entrenador. Y de entrada marcaba una diferencia de estilo con Ramón, que en su tercera y última presentación como deté de la Primera resaltó que “lo que no va a cambiar en este club es que soy el entrenador más grande de la historia de River: eso no lo va a cambiar nadie”. Hoy, cinco años después de su asunción, para muchos Gallardo sí lo cambió, aunque él todavía se sonroje cuando sale el tema. Se pasaba del Je a la G.
 
“River está por encima de todo: primero River, segundo River y tercero River”, respondía cuando le preguntaban por enésima vez por el alejamiento de RD, aunque al poco tiempo también dijera que “sería una estupidez que se me compare con Ramón, que es un entrenador con tantos años de experiencia y el técnico más ganador de la historia de River”. Contestó lo mismo hace siete días para explicar qué sentía tras haberse consagrado como el técnico más ganador de todos los tiempos: que las comparaciones son odiosas y que “la historia de River es demasiado grande como para que uno se ponga por encima”. Evidentemente estos años sólo lo mejoraron como entrenador. No cambiaron su esencia ni sus ideas. Y hay ejemplos de sobra.
 
“Nací para esto, para asumir los grandes desafíos. Para mí es un privilegio ocupar el lugar que dejó uno de los técnicos que más satisfacciones les dio a los hinchas. Quiero que sepan que llega otro con la ilusión de llevar a River al lugar que se merece. El club va a recuperar parte de su historia al jugar la Copa Libertadores. Y el equipo no se puede conformar con lo que se consiguió. Se logró algo importante (la liga y la Copa Campeonato con RD), pero hay que potenciar eso, redoblar la apuesta e ir por más”, anunciaba en su conferencia. “¡Dame la vara más alta siempre! Porque me siento identificado con eso de buscar la superación”, subrayó unos días después en la primera entrevista que le dio a Olé tras su asunción. Diez títulos después, incluido el más inolvidable de todos los tiempos para River, para Boca y para todo el fútbol argentino y sudamericano, Gallardo sigue diciendo lo mismo: que hay que ir por más. Es su filosofía, la que no le permite mirar nunca hacia atrás, la que agradece los elogios pero no se detiene en ellos, la que valora los grandes logros pero no vive de rentas ni les saca regalías. Por eso, mientras le dé la energía, y aún sin desconocer lo que ganó ni cómo lo ganó, no podrá ver la imagen completa en retrospectiva de lo que consiguió con un sentido histórico. Y éste es el huevo y la gallina: no pensar el día a día con ese sentido histórico es parte del secreto por el que hizo y siguehaciendo historia, justamente. No tener ese vértigo de la inmortalidad, ése por el que -por caso- casi nadie quería una final de Copa Libertadores entre River y Boca por miedo a perderla. Y eso se lo trasladó a todos los equipos que armó, también.
 
“Las características de los jugadores marcan los sistemas. Lo que yo quiero es un equipo que siempre sea protagonista y que se identifique con la cultura histórica de este club, que la gente se vea reflejada en ese equipo”, plantó bandera ese 6 de junio del 2014. Así fue: a lo largo de estos años cambió de sistemas decenas de veces según los jugadores que heredó, que incorporó, que fueron vendidos o que surgieron de las Inferiores. Defendió con cuatro, con tres, con cinco, en algún partido lo llegó a hacer con dos; sólo en la última Libertadores atacó con tres delanteros (con Independiente, por ejemplo), con uno (Madrid), mayormente con dos; jugó 4-3-1-2 con enganches como Pisculichi o Quintero; con un cinco y con dos escalonados. Lo que nunca cambió en sus equipos fue justamente esa ambición por ser protagonistas, esa identidad por la que dentro de 20 años todos sabremos cómo jugaba el-River-de-Gallardo. “Yo tengo vocación por atacar, aunque siempre defendiendo bien. Me gusta defender con la pelota y ser agresivos para recuperarla”, seguía clavándola en el ángulo como si hubiera llegado al Monumental en el DeLorean con Marty McFly desde 2019: ése fue el estilo de todos sus equipos, con vocación de ataque pero con defensas firmes; y en algunos casos, como no descartaba allí, también recurrió al contragolpe (especialmente el equipo de la temporada 16-17 que salía a toda velocidad y mataba a los rivales con la tríada Pity-Alario-Driussi).
 
“No quiero que los jugadores me obedezcan: quiero que primero sepan por qué hacemos las cosas, que puedan interpretar para qué se hacen. Porque a partir de ese convencimiento se logra la identificación”. Gallardo ya spoileaba también parte de su método: lograr que los jugadores le crean, que entiendan la idea, que vean que funciona.
 
“De Europa incorporé el profesionalismo y la organización, saber que hay un profesionalismo que hay que respetar, que existen pautas que hacen que seas mejor en todo”. También lo demostró: hay reglas claras y son para todos, y en este tiempo ha certificado decenas de veces que no se deja llevar por los nombres para dar tirones de orejas por alguna inconducta, llegada tarde o declaración fuera de lugar. Así también manejó los grupos.
 
“A Ponzio lo noté golpeado pero le dije que cambiara rápidamente el semblante, que creía que estaba en condiciones para volver a sentirse importante”. Vaya si lo fue: de ese jugador casi borrado y dejado, con el look de Tom Hanks en Náufrago, pasó a ser el más ganador de la era moderna en el club. No fue el único adelanto que dio por esos días: ya tenía algunos futbolistas en su cabeza para reforzar el equipo que terminarían siendo claves en las dos finales a Boca de 2018: Scocco (entonces en Sunderland) y Pratto (ahí en Vélez). El mercado no quiso en 2014 pero los caminos se encontraron y lo demás es historia conocida.
 
“Vamos a prestarles atención a los más jóvenes”. Durante su período debutaron 30 jugadores de la cantera y les dio protagonismo a varios, aunque con el paso de los años se metería aún más de lleno en la difícil tarea de reactivar la fábrica: hoy, fin de semana por medio, suele ir a ver a las Inferiores.
 
Esa tarde en la que por Libertador se veían carteles con su foto y la leyenda “bienvenido a casa”, Marcelo Gallardo estaba anunciando lo que fue y es el ciclo más brillante de la historia de River, al que todavía le quedan más capítulos. Aunque su disertación falló en algo: “Esto es lo más lindo que le puede pasar a un entrenador”. Lo más lindo, literalmente lo más lindo, según sus propias palabras en el césped del Santiago Bernabéu, sucedería algunos años después.
 
Fuente: Olé
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