Ud. está aqui:   Inicio Opinión Columnas

Buscá en el Archivo de MasterNews

¿Cómo pudimos creer que era una buena idea cultivar nuestros alimentos con veneno? Dr. Jane Goodall. Imprimir
Usar puntuación: / 1
MaloBueno 
Martes, 18 de Julio de 2017 08:04
Por Luciano Laserre* 
 
Día tras día, temporada tras temporada, las cosechas no sólo dejan sus propios rastrojos, sino que imprimen sus más temibles recuerdos: el suelo, el aire, el agua contaminados con los agroquímicos utilizados en el proceso de siembra. En efecto, se estima que en Rivadavia la salud de sus habitantes es despreciada con el uso de 3 millones de litros de glifosato por año. O lo que es lo mismo, 300.000 bidones de agua llenos de sustancia tóxica ingerida por la tierra rivadaviense. Y por sus habitantes, indirectamente.
 
Esta problemática no es algo nuevo. De hecho, el Profesor Adelmar Funk se ha expresado reiteradamente advirtiendo su imperativa trascendencia, que nos involucra a los 15 mil habitantes del distrito. Quizás sea hora de tomar realmente conciencia cada uno, desde el ámbito individual, para de una vez comenzar a velar por la salud de todos nosotros. Esto viene al caso de que la Ordenanza en nuestro municipio ya existe y es la 3371/11. Sin embargo las conductas no sólo se rigen por el ámbito legal, sino por los usos y costumbres que la sociedad otorga al fenómeno. En este sentido, el hábito en torno al posterior destino de los bidones que contenían en un principio la sustancia tóxica, se disfraza como marcadores en el camino de los campos, o se esfuma en el humo de su cremación, fruto del accionar del fuego, que constituye la vía más fácil pero menos responsable de todas: el quemarlos y arrojar al cielo toda responsabilidad por su correcto manejo.
 
No obstante, no es mi deber culpar a quienes ejercen este tipo de prácticas. En todo caso, la cultura del saber en torno a los peligros de los agroquímicos no se encuentra del todo difundida por la comunidad de mentes rivadavienses. Ni argentinas, ya que nuestro país no sólo obtiene fama mundial en relación al deporte, sino también a los primeros puestos en el ranking de países con mayor índice de contaminación pesticida. Aquí la responsabilidad recae en las autoridades municipales y nacionales, encargadas de la efectiva difusión del saber en materias toxicológicas rurales, dado que los primeros que deberían concientizarse del rol social que atesoran en su accionar, son aquellas personas encargadas de llevar adelante la fumigación y manipulación de estas sustancias.
 
Absolutamente todos, debemos saber que efectiva e inevitablemente estamos envueltos en el hecho de consumir alimentos contaminados. Según cifras oficiales de SENASA, en el año 2013 el 63% de verduras y hortalizas estudiadas en el mercado central, confirmaron la presencia de agroquímicos. En el caso de las peras y mandarinas, superaban el 90% de los casos. Asimismo, un estudio realizado por la Universidad Nacional de La Plata, arrojó que el 78% de los pimientos y el 70% de las verduras de hoja verde analizadas, contenían residuos tóxicos.
 
Pero, ¿cómo llegan a los alimentos? La Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires estableció en el año 2014, la distancia de 1.000 metros como límite para la fumigación terrestre, que debe realizarse a mayor distancia que la expuesta. Sin embargo, en el momento de fumigación, los vientos se transforman en sabios vehículos del veneno, actuando como amplificadores de su dispersión. Asimismo, se torna inevitable la contaminación urbana al momento de la fumigación aérea, que alcanza varios kilómetros a la redonda. En consecuencia, es totalmente desalentador tomar conciencia de estas distancias, que en los pueblos se agravan si tomamos en cuenta su acortada extensión geográfica.
 
Peor aún, los riesgos no sólo comienzan en los primeros cientos de metros. La Sociedad Europea de Toxicología y Química Medioambiental presentó una exposición en el año 2014, donde revelaba la llegada de pesticidas a la Antártida. Sí, a la Antártida. Es decir, el productor de cualquier punto del planeta que deseara abandonar un pequeño regalo a las futuras generaciones de curiosos que transiten por el “océano helado”, lo estaría consiguiendo. 
 
Todas estas cifras vienen al caso de la exigencia a nivel mundial, de reglamentaciones jurídicas y real predisposición a conformar un planeta sustentable y generaciones sin presencia de toxinas en sangre a futuro.
 
Sin embargo, no podemos desconocer la presencia del problema a nivel regional y municipal, que nos interpela a todos, actuando cada cual desde su lugar en la sociedad de manera responsable, sentando las bases para una benigna salud de su familia, su vecino y el resto de la comunidad. En efecto, ¿es correcto el devenir en necesidad la presencia de la Guardia Urbana en función de monitorear la factible circulación de camionetas o máquinas cargadas de pesticidas? ¿Acaso la prohibición no debería existir en la mente de cada vecino, asimilando el uso de un agroquímico al de un ya no potencial, sino auténtico veneno?
 
La correcta dosis de una sustancia tóxica otorgada a una persona enferma, es crucial para mantener la prolongación de su vida. La gran masa de agua, ahora estacionada sobre campos cargados con años de agroquímicos, quién sabe los resultados que traerá aparejados a futuro. En consecuencia, nuestra ciudad, nuestro distrito, necesita que todos sean responsables en el suministro de su dosis de Productividad, brindando mayor importancia a la sociedad que al propio beneficio de los ‘rindes’. Ya sea en el destino de los bidones vacíos de líquido pero cargados de toxinas, en los vuelos tóxicos que ‘perfuman’ la salud de los pueblos, así como avanzar hacia el des-tierro de los pesticidas, incluido el glifosato, deben repensarse y reeducarse. Todo ello, en función de no continuar en la cadena de montaje que avanza, lentamente, hacia las invisibles aunque mortales dosis de autoenvenenamiento
 
*Estudiante de la carrera de Comunicación Social en la UBA
¿Cómo pudimos creer que era una buena idea cultivar nuestros alimentos con veneno? Dr. Jane Goodall.